viernes, 31 de octubre de 2008

Cometas en el cielo


The kite runner, Khaled Hosseini, 2005

Perdonar nos hace libres, como las cometas, pero en Afganistán, los cometas no sólo son pacíficos surcadores de cielos, sino feroces guerreros listos para la batalla.

Es una novela redonda, acabada, una pieza perfecta. No hay bordes cortantes ni nada que sea superfluo en ella. Todo lo que está ahí, tiene que estarlo.
Es fácil, durante la primera mitad de libro donde se comete la falta que transformará al protagonista, como a Adán y Eva el pecado original, juzgar, sentirse superior, sentirse asqueado por la mezquindad de los actos que se describe, la cobardía, la traición, el egoísmo. Sin embargo, creo que al final, las lecciones más importantes que me deja son primero, que no podemos juzgar nada de eso ¿Cuántos hassanes tenemos en nuestro sótano y no se lo decimos a nadie? ¿Cuántas veces hemos traicionado a aquellos que nos aman, cuántas veces hemos sido cobardes o malvados? Segundo, no es tan importante lo que pensamos como lo que hacemos. Amir era duro consigo mismo, se lo decía su kaka, tío, Rahim Khan. Eso le impedía ser feliz ya que aunque era capaz de reconocerse a solas como un cobarde, no era capaz de hacer nada al respecto, pues una y otra vez se decía que lo era, que lo había hecho de nuevo, que nunca podría ser valiente, leal, todo lo bueno que era Hassan. Así es la soberbia. Tanto si nos creemos los amos del universo como si nos consideramos la rata más repugnante de la cañería. Nos lo decimos a nosotros mismos, nos lo creemos, y así se vuelve un hecho de la realidad que creamos todos los días, con nuestros actos y decisiones, sin que ni siquiera sea una versión cercana a la verdad. Esto trae consecuencias, pues tomamos esos hechos irreales, creados, esos “acuerdos” como los llaman los del New age, para hacer nuevos “acuerdos” con base en ellos y en esa dirección destructiva. En fin, la idea de Amir de que es un cobarde, no le permite ser otra cosa y así hubiera pasado el resto de su vida. No mirando atrás, olvidando la amistad traicionada y un hombre que había sufrido lo peor por su causa, si no hubiera sido por un hecho que nuevamente lo pone en la encrucijada. Le dieron una nueva oportunidad para decidir lo que era, para definirse. Y al llegar ahí, lo hizo dejó de juzgarse, se arrojó sin pensar en una aventura psicótica y mortal, con tal de rescatar al hijo del hombre que traicionó. ¡Y lo logró! Él dice que no está seguro de si el final es feliz o desdichado, pero yo puedo asegurarles que es feliz, muy feliz. Es el triunfo de la verdad, cuando las cosas están en su lugar y no hay premios por haber contribuido a que así estuvieran. Simplemente así tiene que ser. El tenía una hermosa mujer y un sobrino-hijo, sí marcado por la guerra, el abuso, la violenta orfandad, sumido en el silencio, pero al fin, a salvo.
Por otro lado, me encanta, la forma en que el “autor” logra traer un pasado vivo, que como él dice “se abre paso a zarpazos”. Cuando uno es niño y las cosas le pasan, siente que son las peores, las más terribles, no ve forma alguna en que puedan ser arregladas o redimidas, y a veces, esos miedos permanecen en nosotros, hasta que somos mayores, hasta que envejecemos o morimos. Entonces, cuando Amir entró solo y desarmado a la boca del lobo, para enfrentar al sanguinario líder del talibán, rodeado de otros tantos sanguinarios secuaces, se encontraba exactamente igual que cuando era niño y estaba frente a Assef, con su manopla de acero. Sólo que en aquella ocasión fue rescatado por su amigo, el que se sacrificaría por él mil veces, el cordero al que él iba a dar un terrón de azúcar antes de degollar. Y entonces no había nadie, nadie a miles de kilómetros que pudiera mover un músculo en su favor. ¡Y el milagro ocurrió!
Más puntos a su favor: el humor. Ruy Pérez Tamayo, en su libro El viejo alquimista, dice que quizá el único capaz de encontrar la Piedra Filosofal es el sabio negro, porque él sí tenía sentido del humor. Creo que es parte de lo que convierte esta novela en una obra maestra. En medio de la tragedia, la violencia, la inhumanidad, el “autor” nos hace reír. Como cuando escribió su primera historia y después de mucho vacilar, finalmente se presentó al despacho de su padre para mostrársela. “Muéstrasela a tu kaka Rahim”, dice según recuerdo, porque no tengo el libro a la mano: “En ese momento deseé abrirme las venas para sacarme toda su maldita sangre”. ¡Me dio mucha risa! Me imaginé un niño vestido de rabino, rasgándose las vestiduras, o al pequeño Pocoyó mirando furiosamente.
Sabe manejar las poderosas armas de la ironía y dispararlas en el momento adecuado. Como cuando el dueño del hotel donde se hospeda una vez que ha rescatado al pequeño, le dice “lo que pasa con ustedes los afganos es que son… bueno, su gente es muy temeraria”. Entonces él se carcajea, porque todavía está todo golpeado. Temeraria ¡Y en qué medida! El pequeñito, su sobrino, se había enfrentado sólo con una resortera a aquel demonio de ojos azules, y él había abandonado su nueva y cómoda vida, su mujer, su carrera, para ir a una misión imposible, a un país que ya no era para nada el suyo y donde la muerte lo acechaba en cada rincón.
Y no me olvido de los personajes de reparto, como la madre de Soraya, que es de lo más genial. Cuando después de un mes, Amir habló por teléfono con Soraya, ella le dijo que su madre hacía naazr, sacrificio, todos los días por él. Y él le respondió que se encontraba bien: por favor, no más corderos degollados. Es genial. O cuando en el videoclub uno le preguntó si había visto El bueno, el malo y el feo, él le respondió que sí, que la vio 13 veces y le dio los nombres de los que morían al final. El otro, molesto, terminó la conversación: “gracias, tío”.
Hay más, más y más cosas que aprenderle a este maestro, las formas en que aborda la amistad, la fe, el amor, la relación padres e hijos, la tradición, el exilio. Pero finalmente, me quedo con la lección más importante: el perdón. La capacidad de ver lo bueno en otros o en nosotros mismos, a pesar de lo que la apariencia o las malas decisiones puedan indicar, nos permite actuar para cambiar las cosas, para hacernos un nuevo destino, para tener una mejor vida. Tenemos oportunidad de redimirnos no hay que negárnosla, todos la merecemos. Rahim Khan pudo ver que en Amir había mucho de bueno, y le recordó que todo aquello que tan malo le parecía haber hecho, lo hizo cuando era sólo un niño pero que podía volver a ser bueno. Prácticamente lo obligó a ir a buscar a su sobrino y a adoptarlo, pero Amir pudo decir que no y no lo hizo. Aceptó la tarea y a través de ella, pudo renacer y alcanzar al fin, la verdadera estatura de sí mismo.

3 comentarios:

Kal-El dijo...

Pues aunque sólo he visto la película (excelente por cierto, ampliamente recomendable) me atrevo a comentar que tu reseña ha sido maravillosa. La disección que has realizado de las enseñanzas y tu interpretación junto con la riqueza de tus comentarios, provocan un deseo intenso de leer la obra.
Muchas felicidades. Te amo. XOXOXO

Unknown dijo...

Hola, saludos a todos...

Muchas gracias por tu comentario, me alienta a seguir escribiendo en las pocas ocaciones que lo hago, aunque fijate que lo leí de nuevo y no me gustó mucho jeje, pero me alegra mucho leer tu mensaje...tener un poco de tus palabras sabias hacia mi texto...

Estamos en contacto, y espero que se encuentren de maravilla.

La señorita verde dijo...

Tuve que cortar y pegar tu texto en un word para leerlo en casa, porque tengo internet solo en la sala de profesores y para leer algo tuyo siempre se necesita calma, ojo agudo, cuando se te lee las ideas caen muy rapido y todas son tan buenas que seria imperdonable leer a la ligera.

Aqui en Francia la cultura del medio oriente esta por todas partes, sobre todo en el buen kebab (alimento de fin de semana de los asistentes de lengua que somos pobres jajaja), en el couscous del super mercado, en la calle donde a cada rato se observa alguna mujer con la cabeza y el rostro cubiertos, cuando pasan los trabajadores inmigrantes...

Gracias por tan buen panorama. Un abrazo desde el otro lado del mundo, donde toda la gente es igual. Te quieeero amigui!