jueves, 24 de julio de 2008

NOTAS SOBRE LAS HADAS

La huida
Luna tiene frío. Ha avanzado poco pero lo suficiente para saber que irse de casa no fue ninguna buena idea. Lleva una minúscula maleta que no tiene sellos porque no ha estado en ningún otro lugar hasta entonces. La acompaña una pequeña tortuga de caparazón azul que se guarece en su mano. –Creo que estamos perdidas, dice bajito la tortuga.
-No, -responde Luna-, sé exactamente dónde estamos.
-Sí. Claro. Lejos de casa.
-Ay, ya cállate Ceke, eres una aguafiestas.
-Es que no entiendo por qué tuvimos que irnos. Tengo hambre.
-Yo también.
La pequeña Luna tampoco sabe por qué se va. Nadie la maltrató en casa. Nadie la espera allá afuera, donde está oscuro y hiela. Sólo tiene la repentina necesidad de escapar de algo a lo que parece estar predestinada. Tal vez si se va, eso cambie. Tal vez puede conjurar ese algo. Pero pesa demasiado hacerlo. Y es más fuerte el deseo de volver a tener lo que tiene, aunque no sea por largo tiempo.
Cuando está en el umbral de la puerta, las lágrimas de Luna caen hechas cristales sobre el pasto anochecido. Sus padres y hermanas apenas han vuelto de su búsqueda infructuosa por el bosque, por las casas de las palomas mensajeras, por las colinas del otoño, por las riveras encantadas. Están tristes y agotados. Melquíades está en su laboratorio hablando con magos de todos los lugares que recuerda para que lo ayuden a encontrar a su pequeña.
Cuando Luna abre la puerta. La primera en abrazarla es Celeste. -¡Hermanita!
Y Luna despierta, bañada en llanto, con una red de aguijones en el pecho.

La bañera
Roble va a despertar al hada Amanecer. Hubo un tiempo en el que solía llamarla así, Hada Amanecer, en lugar de mamá, por razones que sólo ella sabía. Amanecer se siente un poco mal y hace tanto frío que apenas escucha la voz de su hija, responde cualquier cosa y se vuelve a quedar dormida. Roble frunce el ceño. Ya es tarde para ir a la escuela y no hay agua caliente. ¿Qué hará la más testaruda de las haditas? Con determinación se dirige al baño. La tina está llena de agua pero la cubre una capa de hielo. Entonces agarra un cuchillo de cocina y se pone a romper el espacio necesario para que ella quepa. Sus hermanas la miran sorprendidas. Ella les devuelve la mirada, sin dejar de picar el hielo. –¡Y luego siguen ustedes, eh!
Cuando Amanecer va a encontrar a sus hijas, ya Roble está enjuagándose, tiritando. Se lleva las manos a la boca, sin decir nada. Sale y vuelve con un poco de agua que calentó con magia y yerbas fulgurantes. -Ven aquí, antes de que pesques una pulmonía.

Luna vuelve de la escuela
Luna tiene que trabajar acomodando los zapatos de un rey maniático para poder pagar sus estudios como aprendiz, en un instituto para hadas trabajadoras. Después de medio día va al castillo del rey y se encarama en pilas de paquetes de calzado, para sacudir y acomodar ahora por colores, ahora por diseños, ahora por tipos de suela, según unas órdenes que le dejan escritas en papel volador. Si estando en la cima de la pila que contiene los zapatos azules, se le notifica que al rey se le antoja calzarse unos verdes, tiene que bajar con cuidado de no caerse –porque una caída de esa altura puede ser mortal-, rodear el montículo de los zapatos amarillos, las babuchas doradas y el de botines cuyo tono se parece al beige pero también al ocre, para llegar al edificio de cajas de zapatos verdes.
En la mañana, antes de ir al castillo, limpia la casa donde vive con sus hermanas. También alimenta y asea a los pájaros de Roble, porque ella debe ir a cumplir sus deberes de alguacil aéreo. Los trata a todos con cariño, pero su favorito es el mayor, de ojos dulces y pico que parece sonreír
Después de reportarse con el rey, va a su escuela para hadas trabajadoras. Estudia duro y casi no tiene amigos. Vuelve ya de noche. Para poder transportarse con magia, tiene que caminar a una estación de viajeros mágicos.
Esa noche, al dirigirse hacia allá, Luna ve que una de sus compañeras la quiere alcanzar para no hacer sola el trayecto en la oscuridad. Ella hace más lento su paso. Cuando se juntan, no se miran ni se hablan, pero se acompañan hasta la luz de la estación, donde se separan con una sonrisa tímida.
La puerta
¿Qué pasó con la semilla? La pequeña Luna no pudo dormir varias noches seguidas. Le atormentaba el recuerdo de aquel marco de luz. La puerta que no pudo abrir en su primera excursión como hada hecha y derecha... ¿Qué habría ahí? Decidió entonces que volvería al día siguiente para averiguar el misterio.
Y así lo hizo la pequeña Luna, para su bien o para su mal.
Al abrirla, se encontró ante un paisaje que parecía normal pero que estaba lejos de serlo. Un arroyo cantarín serpenteaba entre prados con árboles florecidos. Luna no se asombró de que todo aquello tan grande y luminoso cupiera en una de las habitaciones de esa extraña mansión. Caminó por la orilla del agua con los pies descalzos, hipnotizada por el fondo plateado y el arcoíris que se disparaba a cada nueva onda.
De repente, Luna lo vio.
Estaba acuclillado tocando una armónica. Su ropa estaba sucia y descosida, pero cuando ella se miró en sus ojos, fue como sumergirse en agua cálida, turquesa y honda. Él dejó de tocar y caminó. No le pidió que lo siguiera pero Luna lo hizo. Se detuvieron junto a un macizo de flores que él cortó una por una para hacerle una corona. El hada nunca había tenido nada igual.
-Gracias, dijo a su insólito anfitrión.
Con un dedo, él le indicó que callara. Luego la condujo por los paisajes más inesperados. Anduvieron días y noches de aquel extraño mundo. Bajo sus pies, la tierra mudaba su rostro, calizo, húmedo, cenagoso, arenisco. Y cada color era distinto en el cielo y en la tierra.
Cruzaron puentes, burlaron cercas, se tomaron de la mano para bordear un barranco y escalaron un faro que iluminaba sobre las nubes. Finalmente, se detuvieron.

El hada Chocolatina pierde sus pantuflas
El hada Chocolatina se incorporó del catre donde solía dormir todas las noches desde que llegó a casa de sus sobrinas, las hadas. Sin embargo, antes de colocar los dos pies en el piso, recibió dos noticias graves de efecto inmediato: alguien habían enchuecado las patas del catre y éste se precipitaba al suelo, y alguien más había hurtado sus pantuflas de piel de dragón dejando sus regordetes pies a merced del frío piso.
Las grandes posaderas del hada se helaron de inmediato a pesar de que dormía con una pijama térmica traída por encargo de la Tierra del Fuego. Chocolatina sonrió, recuperó sus gafas del lío de cobijas y catre, y llamó: -¡Hey bribonas! ¡Necesitarán más que eso para librarse de mí!

Las hadas rieron detrás de la puerta hasta que les dolió la barriga y siguieron así, mucho rato.

La partida
Ámbar se despertó sobresaltada. Buscó a su alrededor. Las camas de sus hermanas estaban vacías. Le extrañó que la planta de Luna estuviera junto a la ventana cerrada: cada mañana su hermanita la abría para que tomara un baño de sol. Los pájaros de Roble aún dormían, en su casa sin rejas, pero tenían los comederos vacíos.
Trató de conservar la calma. Al final de cuentas, muchas veces había sido la última en levantarse y casi siempre encontraba las camas de sus hermanas ya vacías. Bajó las escaleras con el presentimiento como infusión de ajenjo en la boca. La puerta estaba abierta. El cielo nublado había detenido el reloj de sol del patio.
Afuera, después de varios años ahí estaba su querida hermana mayor.
-¡Celeste, manita, viniste! ¿Y las chamacas? ¡Vamos para que te vean!,- le gritó mientras corría a abrazarla.
Celeste la miró con dulzura, la abrazó más fuerte e intentó llevarla adentro, pero ella se soltó. Algo no estaba bien. Celeste no sonreía, estaba temblorosa. Su ropa estaba rasgada y tenía huellas de sangre. Su pecho bajaba y subía, angustiado.
Ámbar se quedó quieta, endureció el semblante. El rumor de un estruendo lejano llegó a sus oídos. Sonó como si un tronco se hubiera derrumbado. En el cristal de una ventana apareció una mella con forma de triángulo. En otro rincón del país de Las cuatro estaciones, al hada Chocolatina se le quitaba la punzada en el corazón que la había torturado desde la madrugada.
Ámbar sintió que le zumbaban los oídos de repente, se mareaba.
-¡No! ¡No me dirás que se han ido también! ¡No soportaré que me dejen de nuevo!
Sus ojos esmeralda destellaban de desesperación. No había exigido como cuando se fueron sus padres, saber qué pasaba ni por qué. Sólo se resistía, como una pequeña rama a la corriente de un río. Era todo terriblemente igual… aquella sensación de caer al vacío, la recordaba bien.
Celeste estaba herida. Lo estaba por dentro y por fuera. En el camino a la casa se tropezó varias veces. Había corrido lo más rápido que podía cuando advirtió lo que decían los signos en las nubes.
Tampoco quería que fuera así. Intentaba darle fuerza a su hermana, pero el dolor le doblaba las piernas. Era peor que cuando se fueron sus padres, porque entonces estuvieron las cuatro para sostenerse unas a otras, bajo el peso de aquella terrible losa. Ahora, sólo estaban ellas dos tan diferentes, tan distanciadas.
-No, no, dime que no, dime que no,- sollozaba Ámbar después, cuando se abandonaron a las lágrimas.
-Yo estuve ahí. Traté de protegerlas...

La despedida
Una semana antes habían celebrado el primer brote de la planta de Luna. Era un hermoso botón azul satinado. Luna radiaba de felicidad y a causa de ello, no podía evitar llorar. Las hadas la consolaban, pero ella les decía que era de contento.
Las hermanas se reunieron junto a un lago cristalino, comieron pasteles, contaron historias para animar a Luna, escucharon cantar a los pájaros de Roble y nadaron mucho rato. Además estrenaron un moderno aparato confeccionado en el sótano del mago Saponino de Arañuela, y que servía para proyectar imágenes de la memoria de quien lo usaba.
Recordaron cuando Ámbar hizo un berrinche tan terrible que los cubiertos comenzaron a temblar sobre los manteles hasta que se cayeron al piso, y cuando Luna se resbaló sobre un matorral y se llenó de espinas. También se acordaron de cuando Roble escaló hasta la azotea con un brazo roto y cuando Melaquíades les dio de nalgadas a las cuatro por tomar un camino peligroso a casa.
Las hadas rendidas se durmieron al anochecer junto al fuego de su hogar.
No imaginaban que en unas semanas estarían separadas para siempre.

El día después
Ámbar se durmió en los brazos de su hermana. Celeste todavía lloraba en silencio. A su mente venían las risas de sus hermanas, sus miradas joviales. Luna traía puesto ese vestido de flores que tanto le gustaba. Roble había hecho como siempre el chiste más ocurrente.


La caída
¿Qué había pasado? Celeste todavía no lo tenía muy claro. Había pasado rápido y accidentadamente. Roble se había caído de un árbol y luego Luna. No podía creerlo porque ellas habían aprendido a volar hacía años.
Corrió hacia sus hermanas, pero una rama gigante que le cayó encima, la atrapó. A pesar de sus esfuerzos por zafarse, sólo consiguió tomar la punta de los dedos de Luna y hablarle. La oyó quejarse un poco y luego, sólo el silencio. Gritó que necesitaba ayuda y enseguida llegaron hadas, magos y duendes de todas partes. Celeste no los conocía, salieron de la nada, pero hicieron todo por salvarlas.
La rama que tenía cautiva a Celeste resistía todos los hechizos que se lanzaban y aunque entre los magos y duendes voluntarios había unos muy poderosos, su magia no era suficiente para liberar a Celeste sin hacerle daño.
Esperaban la llegada de uno que había participado en un rescate parecido antes, pero venía de muy lejos y tardaría en llegar. Mientras, las horas pasaban y aunque el tiempo en el país de las cuatro estaciones era más flexible del que conocemos, el peso de la rama comenzaba ya a vencer los jóvenes huesos del cuerpo de Celeste.
Celeste preguntaba por sus hermanas, cómo estaban, por qué no le respondían. Un hada del valle del verano le dijo que también estaban atrapadas y que habían perdido la conciencia, pero que estaban bien.
Ella no recordaba haber visto caer ramas sobre Luna y Roble, pero se concentraba en creer que aquello era cierto. Les hablaba para tranquilizarlas y trataba de no llorar, para que su magia le permitiera resistir hasta que llegara el mago del oriente.
Un mago vacacionista que pasaba por ahí, le hizo una curación en el brazo que tenía libre, porque al caer, la rama le había hecho una herida profunda que sangraba mucho.
Después le preguntó:
-Niña, ¿estás bien?
-Sí, sí estoy bien, pero mis hermanas, no las veo, no me contestan, ¿cómo están ellas…?
-Ellas están bien, -la atajó el mago-, pero dime, ¿cómo se llaman?
-Yo me llamo Celeste, mi hermana la más pequeña es Luna y la otra, Roble. Somos hijas del Mago Melquíades y el hada Amanecer, venimos del País de las Cuatro Estaciones.
-¿Y a dónde se dirigían tus hermanas?
-No sé.
-¿Por qué viniste?
-Las nubes… ellas, me dieron un mensaje.




El recado
El hada Viko, que también era aprendiz del Mago Saponino, llamó a Ámbar y le pidió que la acompañara afuera. Le dijo que le mostrara la piedra con la que habían logrado aquella transmutación fantástica. Ámbar le dijo que eran dos piedras y las sacó de su bolsillo. El hada sopesó las dos en sus delgadas manos: -Es ésta, -dijo-. Ésta es la que me ha estado hablando.
-¿Hablando? ¿A ti?
-Sí. Dice que tiene un mensaje que no ha podido darte.
La piedra comenzó a emitir un leve resplandor.
Ámbar se rió. –No es posible. Hablamos todo el tiempo.
Cuando se la quitó de la mano, la piedra se apagó. –Dice que tú no quieres escucharla, le advirtió Viko.
-¿Y qué es lo que tiene que decir?, -preguntó quedamente, dándosela de nuevo después de un rato de silencio.
-Es para pedirte que cuides a los pájaros de Roble. Ella también ha estado tratando de hablar contigo, en sueños, en los árboles, pero tú no la oyes.
-¿Cómo podría…? ¿Cómo podría escucharla, si está todo ese… todo ese ruido ahí todo el tiempo?
El hada la abrazó. Ella se quedó llorando pero cuando tomó las piedras, éstas volvieron a brillar en sus manos.

El nacimiento
Cuando nació el primero de la segunda generación de los pájaros de Roble –generación por demás prolífera-, las hadas se reunieron en torno al árbol donde estaba el nido. El pájaro era un tembloroso ovillo gris que aunque no había abierto los ojos y estaba desaliñado, puso a las hadas a saltar de alegría.
Era de noche y el huevo había tardado en romperse. Las hadas esperaban impacientes en el jardín. Una de ellas, creo que fue Celeste, bebió por error el agua de los pájaros al pensar que era el ánfora de su hermana. Todas se rieron al descubrirlo y eso las ayudó a despejarse.
Cuando por fin salió el pequeño pájaro, todo mojado y friolento, a las hadas les pareció que no habían visto nada tan bello. Tenía el mismo pico bien perfilado de su padre y como él, parecía que sonreía.
Las hadas celebraron bebiendo jugo de manzana con burbujas.

La semilla
Su acompañante le dijo a Luna que arrojara la semilla.
-¿Arrojarla? No, no quiero.
-No tengas miedo, ella sabrá dónde caer.
-No puedo, no voy a arriesgarla, estoy tan contenta de tenerla…
-Si la sigues guardando en tu bolsillo jamás crecerá ni dará frutos. Puedo asegurarte que así será más feliz y también tú.
-Pero no podré saber dónde ha caído, ¡No podré verla de nuevo!
-Sí la verás. Ella sabe dónde encontrarte y te enviará señales para que se reúnan otra vez.
Luna arrojó la semilla pero se quedó triste. Las nubes le impidieron ver dónde caía. El viento soplaba fuerte y pudo haberse ido incluso al otro lado del País de las cuatro estaciones.
Tiempo después, una mañana, la encontraría, sembrada junto a su ventana.

El desconocido
Permanecieron así, callados, viendo el espectáculo flotante de las nubes. Las flores de la corona que él le había hecho, se habían desprendido y sólo quedaba alguna en el hombro del hada, en su falda, en el suelo.
Por fin, después de mucho rato, Luna venció la timidez y rompió el silencio.
-¿Cómo te llamas?
El guía de Luna hizo un gesto de incomodidad, pero no parecía molesto, más bien respondió como alguien que acabara de salir de un sueño.
-Me llaman Alhéj, pero no puedo decir que sea mi nombre.
-¿Por qué?
-Significa protector. Yo no protejo a nadie, excepto a mí mismo. ¿Qué hay de ti, cuál es tu nombre?
-Me llamo Luna.
-Vaya Luna, pues sí que tienes espíritu para haber llegado hasta aquí. Nadie había podido acompañarme.
-¿Y cómo es que vives aquí? Este lugar es maravilloso, pero me parece muy solitario también…
-En realidad no vivo aquí. Voy y vengo. Lo descubrí igual que tú, pero nadie lo conoce tan bien como yo. ¿Y, sabes? Debes tener cuidado cuando te vayas porque podrías perderte.
Alhéj se incorporó e hizo un gesto de despedida. Luna lo miró seria y luego miró el horizonte. Ni por un momento tuvo temor de quedarse ahí sola, sin saber cómo podría volver a casa. En cuanto a su semilla, no temía que Alhéj fuera un farsante que la hubiera engañado para robársela. Sabía que le dijo con razón que ella sabía dónde caer.
Alhéj se asombró de que Luna no lo siguiera como hizo al principio. Avanzó unos cuantos pasos y regresó.
-No puedes quedarte aquí. ¿Ves esa nube de color perla? Señala que viene una tormenta, vámonos.
-No.
Alhéj arqueó las cejas con sorna.
-Sí , claro ¿Y qué piensas hacer? Aquí arriba serás muy buena carnada para los rayos.
-Bueno, pues entonces conoceré las fauces de los rayos.
Alhej bajó la escalinata del faro. Aquella hada de ojos aceituna era muy obstinada. No daba razones ni quería entender las que él le daba. ¿Por qué diablos se empeñaba en quedarse ahí?
Era cierto que el hada Luna era la nena de su casa. Eso no podía saberlo Alhéj que apenas la conoció, le dijo que se callara, pero ella era muy lista y se daba cuenta de que hasta entonces no había sido más que una niña mimada. No poseía el don de guía de su hermana Celeste, ni el arrojo de Roble y tampoco la fortaleza de Ámbar. Debía encontrar lo que sí tenía y había algo en aquel sitio, allá cerca de las nubes, lejos de todo lo que conocía, que le indicaba que ahí podía hallarlo.
Alhéj seguía caminando de regreso a la puerta mágica pero no dejaba de pensar en aquella niña que olía a naranja y a canela.

3 comentarios:

Sirenita dijo...

Hola manita!
Escribes precioso :) soy tu ferviente seguidora y siempre estoy al pendiente de tus nuevas publicaciones. A decir verdad me ha gustado muchisimo todo lo que escribes, porque sé que sale de lo más profundo de tu alma y es hermoso!
Me hiciste llorar a moco tendido y hasta asusté a Efrén porque no sabía porque lloraba jajaja pero ya que le expliqué me consoló y me dijo que en verdad escribes muy bien como para mover los sentimientos de los demás de esa manera :)
Te quiero mucho manita, sigue escribiendo.
Besos a tu familia preciosa y espero verlos muy pronto ;)

Kal-El dijo...

Sublime.

Es el bosque encantado como el mundo en realidad es.

Gracias por dejarnos ver con tus palabras a través de tus mágicos y hermosos ojos.

Te amo.

Nunca dejes de escribir. Neva'

La señorita verde dijo...

Queridísima Lulú:
Me tomé algo de tiempo pero quise leerte con calma. Este cuento (que ya aspira a novela corta) exige una imaginación muy precisa, esforzada, y eso es gracias a lo bien que describes y adjetivas, y a que tienes un vocabulario amplio sobre plantas, colores y objetos fantásticos. La verdad al principio me costó un poco de trabajo agarrar el hilo, quizá porque hay más descripción que diálogos, pero despueés de "La partida" todo fluyó, es una bella historia.
A pesar del tiempo, la distancia y el viento que nos lleva y trae, siempre serás de mis grandes amigas. últimamente he visto a algunos de los nuestros en Xalapa, todos te recordamos con cariño. Poco a poco voy cayendo en la cuenta de lo que me espera, crece la ilusión y se acaba el tiempo para repasar el idioma y cerrar maletas. No será fácil, pero sí será en nombre de los que hemos soñado con otros paisajes.
Un abrazo fuerte desde Cosco, semilla azul satinado (espero no estar sobreinterpretando =).
Te quiero mucho.