Sobre
Temporada de huracanes,
de
Fernanda Melchor (Random House, 2017)
Lourdes
Peregrina
Que
por qué me siento así. No sé. Tal vez leí el libro de un tirón, sin comer, casi
sin moverme de lugar, en una casa -mi casa- calentada por lo menos a la misma
temperatura que se describe en la primera escena de la novela, como se bebe una
medicina amarga. Pero el alivio fue inmediato.
Me
pregunté: ¿Por qué no es esto igual que leer "Sensacional de
traileros" con su cornucopia de desgracias, pornografía y palabrotas, o el
"¡Alarma!"? Me sentía culpable de continuar leyendo gozosamente;
sentía pudor y un poco de asco, pero no podía parar. Nunca he probado drogas
ilegales, pero sí he tenido sexo casual y estúpido, con plena consciencia de
que debía detenerme a cada momento. Supongo que así debe ser cuando uno accede
a probar cualquiera de ellas y así fue con este libro.
Es
obvio que me sentía culpable porque lo disfrutaba, tanto como uno puede
disfrutar Los cantos de Maldoror (que leí tres veces). Disfrutaba con
los hechos y con las fantasías de los personajes. Empatizaba con ellos al ir
descubriendo como en A sangre fría, que los monstruos dejan de serlo
cuando se mira de cerca. Pero no es que entonces ya no infundan temor: lo hacen
doblemente, al darnos cuenta de lo mucho se parecen a nosotros.
Cuando
terminé de leer, ya había tenido un estallido de ira porque me interrumpieron
para preguntarme de qué se trataba la novela. Eran mis hijos. Me sentía como si
me hubieran cachado viendo porno. Hasta cerré el libro. Grité y los mandé a
bañarse con la manguera al patio. Eso les encantó. No volvieron a interrumpir;
terminaron de bañarse, se secaron, se cambiaron y esperaron pacientemente para
sentarse a la mesa hasta que acabé la última página. Soy la peor madre del
mundo, (eso ha quedado establecido), pero en mi defensa, a medio día habían
comido hamburguesa, así que cuando mucho pasaron dos horas de hambre y ya.
Dije,
¿por qué me gusta tanto esto? Ok, estoy dañada, sí, pero ¿qué más? ¿Por qué no
es esto como ver "Narcos" o alguna de las innumerables series,
documentales o películas sobre capos? Producciones que aunque excitan mi morbo,
he censurado por la razón de que no acepto los homenajes a la narcocultura.
Todavía
no me quedaba muy claro el saldo de la lectura, pero después de recoger la mesa
y lavar los platos y regañar a los niños por dejar tirada la ropa mojada, me di
cuenta de que en verdad, me tranquiliza. Me hace sentir segura leer la realidad
ficcionada que vivo todos los días en uno de los países más violentos de
América Latina, en uno de los estados más violentos de México, en uno de los
municipios más violentos de Veracruz.
La
prosa de Fernanda Melchor me permite asomarme a las motivaciones que pueden
existir para decapitar a una persona o para golpearla hasta la muerte. Me hace
sentir que existen esas motivaciones. Que la gente no comete esos actos
nomás porque sí. Patético consuelo, ¿no? Pero es que vivir azotados por un mar
de violencia, con la sensación de que la siguiente ola nos va a tragar a mí o a
ti sin que tengamos idea de lo que pasa, no es vida. Casi por instinto de
supervivencia, tratamos de convencernos de que quienes asesinan y secuestran no
están tan enfermos como para que les dé lo mismo levantarnos a
cualquiera y exigir un rescate ridículo para matarnos de todos modos.
Partida triple
Vivo
en Coatzacoalcos. Para mí la violencia no es una broma, ni una fuente de
disfrute, es algo muy real que enfrento cada día. Han secuestrado, torturado y
matado a un amigo muy querido, han golpeado a mi compañero de trabajo hasta
destrozarle la cara y hacerle perder un ojo, han robado en todas las casas de
mi cuadra incluyendo la mía, sin que haya razones plenamente identificables
para esos actos o que justifiquen una ganancia financiera proporcional al daño
que provocan. Eso sí que hiela la sangre. Gente que es capaz de secuestrarte
por mil pesos, o dispuesta a llevar una pala, sogas y bolsas de basura a una
dirección por 500. En la novela es por 100 pesos que "El Munra"
acepta llevar a los chamacos malandros a hacer un "jale". Cuando uno
está metido en esa realidad, no hay belleza en ello. Sólo horror, sólo caos.
Por
otro lado, perteneciendo a una generación de mujeres que prefieren no ser
madres, yo lo soy, pero me encanta que Fernanda sea implacable al respecto.
Adoro a la mamá de "El Luismi", Doña Chabela, cuando se pone a hablar
de lo arrepentida que está de haberlo engendrado. Me da mucha risa el tono y la
elección de vocabulario, porque yo defiendo el derecho de las mujeres a abortar
si así lo deciden y de expresar su arrepentimiento en caso de que no se hayan
atrevido por alguna de las mil razones que hay para no atreverse.
Si
algo tengo es una visión desmitificada
de la maternidad. He aprendido viviéndola que es tan compleja y tan vasta, que
tienes razón si dices todo lo que doña Chabela, y tienes razón si el 10 de mayo
le llevas una florecita a tu mamá; es cierto lo de los pañales asquerosos, el
llanto interminable y el cansancio, pero también es cierta la ternura, el
asombro, la experiencia metafísica de que exista un cuerpo que te duela más que
el tuyo.
En Falsa
Liebre (Almadía, 2013) me molestaba que siempre que Melchor ilustrara
una escena de particular hartazgo, añadiera el llanto de un bebé. Digo, puedo
pensar en otros sonidos realmente molestos: como los que provocan las personas
que quieren demostrar su éxito en la vida ampliando sus casas de interés social
hasta convertirlas en palacetes y martillean, taladran y cimbran sin reparos, o
las personas que arreglan sus carros para que hagan ruido, o las personas que
hacen fiestas de karaoke a todo volumen. He dicho.
También
soy católica y creo en Dios, pero me parece divertidísima la parodia de la
gente que vive una fe de pacotilla, rezando, yendo a misa, predicando, mientras
permanecen obscenamente ciegos ante las necesidades de quienes se encuentran
más cerca de ellos.
En
resumen, la novela debería ofenderme por descubrir belleza en la violencia,
condenar la maternidad y ridiculizar la fe. Pero no ocurre así. El texto me
enfrenta con mis temores y dudas, pero me acompaña en el camino.
Todos parejos
En
cuanto a la misoginia, creo que hace un retrato crudísimo pero muy atinado de
la violencia de género. No hay piedad para las mujeres o los seres feminizados
que disfrutan el sexo (pinches putas), se condena a las que no les gusta
(pinches frígidas), se condena la maternidad (se embarazan para amarrar al
marido), se condena el aborto (pinches asesinas), se condena la infertilidad
(están muertas por dentro), se condena a las mujeres trabajadoras (por eso les
violan a las hijas), se condena a las amas de casa (pinches huevonas), se
condena a las que son mantenidas por el marido (pinches aprovechadas), se
condena a las que mantienen al marido (pinches pendejas). Claro que tampoco hay
muchas concesiones para el género masculino, acorralado en un espiral de
violencia donde la única salida es ponerse hasta la madre: Doña Fer barre
parejo, es lo que me gusta. La paridad con que a todos se los lleva la
chingada.
Dice
Martha Lamas que la exacerbación de la masculinidad por la presión social,
obliga a los hombres a ejercer la violencia para ingresar a los grupos de
poder, mediante pruebas que van desde experimentar con drogas, cometer un robo
o una violación, hasta el asesinato.
Por
eso, ella sostiene que la lucha por la equidad de género no es una lucha de
hombres contra mujeres, sino de todos contra el machismo, porque el machismo es
lo que nos lastima a todos. A ellos los obliga a proveer, a ser feroces, a
actuar como si nada les diera miedo o los conmoviera; a nosotras, a renunciar a
nuestras aspiraciones personales o profesionales, y en el último de los casos,
a nosotras mismas (ab-negare).
También
Martha Lamas habla del affidamento, que es un concepto propuesto por la Librería
de mujeres de Milán, y que se refiere al reconocimiento que expresa una
mujer por otra mujer. Es valioso en la lucha por la equidad porque permite a
las mujeres, además de apoyarse, reconocerse como las mejores en algo,
afirmarse e inspirarse.
Bueno,
aunque no es mayor que yo, su alma es vieja, y mi alma se alegra mucho de que
exista una mujer con ese fuego interno, que escriba sin miramientos, capaz de
construir una novela que trasciende el lenguaje, el tiempo y el espacio, capaz
de desnudar así la realidad, hasta que ya no hay odio, fealdad ni tristeza,
sino sólo humanidad, sino sólo ese tenderse a mirar el cielo nocturno y
perderse en las promesas de luz.
Por
supuesto, soy adicta a la desesperanza acidulada con la ideación suicida, así
que la novela me permite dar rienda suelta a esta sensación de que habitamos el
Infierno y de que no hay ninguna solución posible, porque el mundo se pudre de
a poco y no hay hacia dónde correr.
Todo
mundo ve las notas aterrorizantes sobre lo que pasa en Coatza, o en otros
lugares de Veracruz, y piensan que aquí chapoteamos en charcos de sangre,
librando los cadáveres. No es tan así, vaya. Aunque sí es bastante malo. Y le
choca a uno que la gente diga: "Ay, Dios, cómo pueden vivir ahí, como
animales, váyanse mientras puedan". Y uno asiente mientras en su mente golpea
fuerte en la nariz al interlocutor.
"Sólo
se puede juzgar lo que se ama", decía Erasmo de Rótterdam, y Fernanda ama
Veracruz, le apasiona en toda su complejidad, por eso cuando narra los horrores
que aquí vivimos, quiero pararme y aplaudirle y abrazarla. Bien contado, Fer.