miércoles, 17 de junio de 2020

Un huracán con nombre de mujer




Sobre Temporada de huracanes,
de Fernanda Melchor (Random House, 2017)


Lourdes Peregrina
Que por qué me siento así. No sé. Tal vez leí el libro de un tirón, sin comer, casi sin moverme de lugar, en una casa -mi casa- calentada por lo menos a la misma temperatura que se describe en la primera escena de la novela, como se bebe una medicina amarga. Pero el alivio fue inmediato.
Me pregunté: ¿Por qué no es esto igual que leer "Sensacional de traileros" con su cornucopia de desgracias, pornografía y palabrotas, o el "¡Alarma!"? Me sentía culpable de continuar leyendo gozosamente; sentía pudor y un poco de asco, pero no podía parar. Nunca he probado drogas ilegales, pero sí he tenido sexo casual y estúpido, con plena consciencia de que debía detenerme a cada momento. Supongo que así debe ser cuando uno accede a probar cualquiera de ellas y así fue con este libro.
Es obvio que me sentía culpable porque lo disfrutaba, tanto como uno puede disfrutar Los cantos de Maldoror (que leí tres veces). Disfrutaba con los hechos y con las fantasías de los personajes. Empatizaba con ellos al ir descubriendo como en A sangre fría, que los monstruos dejan de serlo cuando se mira de cerca. Pero no es que entonces ya no infundan temor: lo hacen doblemente, al darnos cuenta de lo mucho se parecen a nosotros.
Cuando terminé de leer, ya había tenido un estallido de ira porque me interrumpieron para preguntarme de qué se trataba la novela. Eran mis hijos. Me sentía como si me hubieran cachado viendo porno. Hasta cerré el libro. Grité y los mandé a bañarse con la manguera al patio. Eso les encantó. No volvieron a interrumpir; terminaron de bañarse, se secaron, se cambiaron y esperaron pacientemente para sentarse a la mesa hasta que acabé la última página. Soy la peor madre del mundo, (eso ha quedado establecido), pero en mi defensa, a medio día habían comido hamburguesa, así que cuando mucho pasaron dos horas de hambre y ya.
Dije, ¿por qué me gusta tanto esto? Ok, estoy dañada, sí, pero ¿qué más? ¿Por qué no es esto como ver "Narcos" o alguna de las innumerables series, documentales o películas sobre capos? Producciones que aunque excitan mi morbo, he censurado por la razón de que no acepto los homenajes a la narcocultura.
Todavía no me quedaba muy claro el saldo de la lectura, pero después de recoger la mesa y lavar los platos y regañar a los niños por dejar tirada la ropa mojada, me di cuenta de que en verdad, me tranquiliza. Me hace sentir segura leer la realidad ficcionada que vivo todos los días en uno de los países más violentos de América Latina, en uno de los estados más violentos de México, en uno de los municipios más violentos de Veracruz.
La prosa de Fernanda Melchor me permite asomarme a las motivaciones que pueden existir para decapitar a una persona o para golpearla hasta la muerte. Me hace sentir que existen esas motivaciones. Que la gente no comete esos actos nomás porque sí. Patético consuelo, ¿no? Pero es que vivir azotados por un mar de violencia, con la sensación de que la siguiente ola nos va a tragar a mí o a ti sin que tengamos idea de lo que pasa, no es vida. Casi por instinto de supervivencia, tratamos de convencernos de que quienes asesinan y secuestran no están tan enfermos como para que les dé lo mismo levantarnos a cualquiera y exigir un rescate ridículo para matarnos de todos modos.

Partida triple
Vivo en Coatzacoalcos. Para mí la violencia no es una broma, ni una fuente de disfrute, es algo muy real que enfrento cada día. Han secuestrado, torturado y matado a un amigo muy querido, han golpeado a mi compañero de trabajo hasta destrozarle la cara y hacerle perder un ojo, han robado en todas las casas de mi cuadra incluyendo la mía, sin que haya razones plenamente identificables para esos actos o que justifiquen una ganancia financiera proporcional al daño que provocan. Eso sí que hiela la sangre. Gente que es capaz de secuestrarte por mil pesos, o dispuesta a llevar una pala, sogas y bolsas de basura a una dirección por 500. En la novela es por 100 pesos que "El Munra" acepta llevar a los chamacos malandros a hacer un "jale". Cuando uno está metido en esa realidad, no hay belleza en ello. Sólo horror, sólo caos.

Por otro lado, perteneciendo a una generación de mujeres que prefieren no ser madres, yo lo soy, pero me encanta que Fernanda sea implacable al respecto. Adoro a la mamá de "El Luismi", Doña Chabela, cuando se pone a hablar de lo arrepentida que está de haberlo engendrado. Me da mucha risa el tono y la elección de vocabulario, porque yo defiendo el derecho de las mujeres a abortar si así lo deciden y de expresar su arrepentimiento en caso de que no se hayan atrevido por alguna de las mil razones que hay para no atreverse.
Si algo tengo es una visión  desmitificada de la maternidad. He aprendido viviéndola que es tan compleja y tan vasta, que tienes razón si dices todo lo que doña Chabela, y tienes razón si el 10 de mayo le llevas una florecita a tu mamá; es cierto lo de los pañales asquerosos, el llanto interminable y el cansancio, pero también es cierta la ternura, el asombro, la experiencia metafísica de que exista un cuerpo que te duela más que el tuyo.
En Falsa Liebre (Almadía, 2013) me molestaba que siempre que Melchor ilustrara una escena de particular hartazgo, añadiera el llanto de un bebé. Digo, puedo pensar en otros sonidos realmente molestos: como los que provocan las personas que quieren demostrar su éxito en la vida ampliando sus casas de interés social hasta convertirlas en palacetes y martillean, taladran y cimbran sin reparos, o las personas que arreglan sus carros para que hagan ruido, o las personas que hacen fiestas de karaoke a todo volumen. He dicho.

También soy católica y creo en Dios, pero me parece divertidísima la parodia de la gente que vive una fe de pacotilla, rezando, yendo a misa, predicando, mientras permanecen obscenamente ciegos ante las necesidades de quienes se encuentran más cerca de ellos.

En resumen, la novela debería ofenderme por descubrir belleza en la violencia, condenar la maternidad y ridiculizar la fe. Pero no ocurre así. El texto me enfrenta con mis temores y dudas, pero me acompaña en el camino.

Todos parejos
En cuanto a la misoginia, creo que hace un retrato crudísimo pero muy atinado de la violencia de género. No hay piedad para las mujeres o los seres feminizados que disfrutan el sexo (pinches putas), se condena a las que no les gusta (pinches frígidas), se condena la maternidad (se embarazan para amarrar al marido), se condena el aborto (pinches asesinas), se condena la infertilidad (están muertas por dentro), se condena a las mujeres trabajadoras (por eso les violan a las hijas), se condena a las amas de casa (pinches huevonas), se condena a las que son mantenidas por el marido (pinches aprovechadas), se condena a las que mantienen al marido (pinches pendejas). Claro que tampoco hay muchas concesiones para el género masculino, acorralado en un espiral de violencia donde la única salida es ponerse hasta la madre: Doña Fer barre parejo, es lo que me gusta. La paridad con que a todos se los lleva la chingada.

Dice Martha Lamas que la exacerbación de la masculinidad por la presión social, obliga a los hombres a ejercer la violencia para ingresar a los grupos de poder, mediante pruebas que van desde experimentar con drogas, cometer un robo o una violación, hasta el asesinato.
Por eso, ella sostiene que la lucha por la equidad de género no es una lucha de hombres contra mujeres, sino de todos contra el machismo, porque el machismo es lo que nos lastima a todos. A ellos los obliga a proveer, a ser feroces, a actuar como si nada les diera miedo o los conmoviera; a nosotras, a renunciar a nuestras aspiraciones personales o profesionales, y en el último de los casos, a nosotras mismas (ab-negare).

También Martha Lamas habla del affidamento, que es un concepto propuesto por la Librería de mujeres de Milán, y que se refiere al reconocimiento que expresa una mujer por otra mujer. Es valioso en la lucha por la equidad porque permite a las mujeres, además de apoyarse, reconocerse como las mejores en algo, afirmarse e inspirarse.
Bueno, aunque no es mayor que yo, su alma es vieja, y mi alma se alegra mucho de que exista una mujer con ese fuego interno, que escriba sin miramientos, capaz de construir una novela que trasciende el lenguaje, el tiempo y el espacio, capaz de desnudar así la realidad, hasta que ya no hay odio, fealdad ni tristeza, sino sólo humanidad, sino sólo ese tenderse a mirar el cielo nocturno y perderse en las promesas de luz.

Por supuesto, soy adicta a la desesperanza acidulada con la ideación suicida, así que la novela me permite dar rienda suelta a esta sensación de que habitamos el Infierno y de que no hay ninguna solución posible, porque el mundo se pudre de a poco y no hay hacia dónde correr.
Todo mundo ve las notas aterrorizantes sobre lo que pasa en Coatza, o en otros lugares de Veracruz, y piensan que aquí chapoteamos en charcos de sangre, librando los cadáveres. No es tan así, vaya. Aunque sí es bastante malo. Y le choca a uno que la gente diga: "Ay, Dios, cómo pueden vivir ahí, como animales, váyanse mientras puedan". Y uno asiente mientras en su mente golpea fuerte en la nariz al interlocutor.
"Sólo se puede juzgar lo que se ama", decía Erasmo de Rótterdam, y Fernanda ama Veracruz, le apasiona en toda su complejidad, por eso cuando narra los horrores que aquí vivimos, quiero pararme y aplaudirle y abrazarla. Bien contado, Fer.

viernes, 2 de mayo de 2014

Silbadores milenarios


Los lenguajes silbados luchan por sobrevivir en un mundo que poco conoce de ellos; presentamos aquí algunos datos de la investigación realizada por Cowan y Hasler en la región montañosa de Oaxaca

Lic. Lourdes Peregrina Nieto / Lic. Casilda López
El día levanta. Los silbadores despiertan la isla dorada. Desde las cimas hasta las profundas gargantas de piedra donde rompe el mar, resuenan los mensajes llevados por el viento. Es el silbido de La Gomera en Las Islas Canarias, un fenómeno lingüístico estudiado por científicos de todo el mundo; a diferencia del que se presenta en algunas zonas montañosas de México, cuyas motivaciones, estructura y evolución permanecen en gran medida a la sombra el desconocimiento.
Sin llegar a constituir lenguas[1], los lenguajes silbados nos asombran por su alto grado de especialización y por su efectividad en materia de telefonía. Su carácter enigmático se debe en parte a la suposición de que si estuvieron comprendidas dentro de los rudimentos comunicativos del ser humano, han sobrevivido durante cientos de miles de años.
Por otro lado, si bien el silbido pudo haber empezado con la imitación de los sonidos de los pájaros, lo cierto es que evolucionó hasta constituir hoy en día una sofisticada abstracción de los rasgos más significativos de las palabras.
¿Qué son los lenguajes silbados?
El etnólogo mexicano-alemán Juan A. Hasler nos explica, en su investigación publicada en 1960 en La Palabra y el Hombre (UV), que “por observación propia y por diversas fuentes orales y una escrita, sabemos que en varios lugares de México existe la muy amplia comunicación de ideas mediante silbidos. Como esta comunicación no se limita a simples llamadas convencionales, sino que  permite transmitir ideas no previamente convencionalizadas en determinados tipos de silbidos, y como permite formar oraciones y sostener conversaciones, se la ha llamado lenguaje silbado”.
La función de estos lenguajes es la de complementar las lenguas de los hablantes nativos que habitan en regiones accidentadas y con baja densidad de población; les permite comunicarse a grandes distancias sin necesidad de desplazarse, ya que los silbidos pueden ser escuchados en un rango de 10 kilómetros en regiones montañosas como La Gomera en Canarias, pero no rebasan los 400 metros en otras zonas llanas, boscosas o selváticas, donde el follaje y los troncos de los árboles cortan el paso del aire y con ello, el de las ondas sonoras.
La técnica del silbido también cambia de un lenguaje a otro y tiene distintos niveles de complejidad según las necesidades que esté destinada a cubrir. Puede emplearse sólo la forma de la boca, los labios y la posición de la lengua, las dos manos, algunos dedos, hojas de árboles o instrumentos musicales. En Las Canarias, que como decíamos es el caso más estudiado, el silbido tiene inclusive una producción literaria entre la que se encuentran cuentos y poemas. También es el caso del pueblo de los Akhas en Tailandia, cuya tradición oral se transmite de una generación a otra mediante el silbido.
Los descubrimientos de Cowan y Hasler
En el español de México podemos usar el silbido para llamar la atención de alguien o para hacer una advertencia. Este fenómeno también se registra en comunidades rurales de habla castellana y de habla indígena; sin embargo esto no constituye un lenguaje, sino apenas un conjunto de señales fónicas convencionales que permite entender que el conductor que nos rebasa envía saludos a nuestra señora madre.
El lenguaje silbado en México fue descubierto en 1948 por George M. Cowan, quien lo publicó en la revista de la ENAH bajo el título de El idioma silbado entre los mazatecos y los tepehuas de Hidalgo en México. Posteriormente Juan A. Hasler lo retomó para hacer nuevas observaciones; tras meses de estudio de campo escribió El lenguaje silbado, donde estudió los casos de mazatecos, huastecos, tepehuas, ocuiltecos, totonacas.
De entrada, Hasler explica la diferencia entre los tonos prosódico y fonemático en el lenguaje. El prosódico es el que tiene significado en sí mismo y nos permite imprimirle a una secuencia de sonidos como “mmhm”, una intención de pregunta, de afirmación, de negación o de satisfacción, por ejemplo. En cambio, el fonemático que no tiene significado en sí mismo, puede ser un poco más difícil de comprender porque no tiene un símil en español; éste hace posible diferenciar unas palabras de otras con base en alturas tonales. En nuestra lengua utilizamos el acento para distinguir entre “séquito”, “sequito” y “se quitó”; en la lengua Lonkundo del Congo Belga emplean los tonos alto y bajo para diferenciar  entre “espalda”, “arena” y otra palabra que significa un nombre propio. Hasler afirma que la escala de los mazatecos tiene por lo menos cuatro tonos: alto, bajo, compuesto alto-bajo y compuesto bajo-alto.
La relación entre el lenguaje silbado y las lenguas de carácter tonal (mazateco y otomí) es directa y transparente, pues, en el discurso, las sílabas del idioma hablado se intercambian por tonos y se convierten en melodías susceptibles de ser silbadas. Sin embargo, también se silba lenguas no tonales, como ocurre en el caso del tepehua, el totonaco y el español, donde el proceso de codificación no es digamos, “automático”, pero de la misma manera es capaz de transmitir un elevado número de oraciones en español, con escasa posibilidad de equívoco.
Hasler plantea que pudo haber sucedido que el silbido de La Gomera fuera creado por montañeses de habla tonal (africanos de raza negra en Europa) que posteriormente influyera en gente de idioma no tonal (hamitas, de raza blanca provenientes de Arabia y Oriente Medio) y finalmente en el español; no obstante, aclara que esto es sólo una hipótesis derivada de sus observaciones como etnólogo y que deja el caso a la opinión de un lingüista hispánico.
La política cultural y los lenguajes silbados
En Las Canarias, las técnicas del silbido están incluidas en la formación escolar de los estudiantes desde nivel básico, donde maestros locales las imparten para asegurar que sean transmitidas de una generación a otra; el silbido gomero cuenta además con la protección de la UNESCO, pues es considerado patrimonio inmaterial de la Humanidad.
Los ancianos de la comunidad platican que antes no se enseñaba a silbar en las escuelas sino que se aprendía de niño, jugando en la calle y en el monte, y que desde entonces se incorporaba a la vida diaria.
La conservación de lenguajes silbados ­–como los que se ha registrado en Aquitania (Francia), en Las Islas Canarias (España), en Kuskoy (Turquía), en la isla griega de Eubea, en Laos (Tailandia), en la zona peruana del Amazonas, así como en la región montañosa de Oaxaca, Puebla y Veracruz, entre otros; se calcula que existen más de 70 y sólo se ha estudiado 12 casos–, es vital, tanto por su valor cultural como por las posibilidades que plantea de explorar los aspectos fonéticos de la lengua, es decir la producción y percepción de los sonidos que conforman el idioma.
Vínculo con otras áreas de conocimiento
El origen del lenguaje es uno de los enigmas favoritos de la humanidad. Nos maravilla el haber transitado de las manifestaciones del puro instinto o de la imitación de los sonidos de animales a la creación de un artefacto social tan sofisticado que sin tener garras ni poderosos colmillos nos convirtió en los reyes de la selva. Durante miles de años, nuestra creación se volvió tan sofisticada que su complejidad terminó por rebasar nuestro entendimiento.  Kipling ilustró esta fascinación en El libro de las Tierras Vírgenes, al dotar a Mowgli de la capacidad de comunicarse imitando los sonidos animales y siendo el único con poder para gobernar sobre todos los demás seres.
En la actualidad, el avance de la ciencia y las nuevas tecnologías multiplican las posibilidades de conocimiento en torno del origen del lenguaje. Algunos científicos ya han contrastado en humanos, monos y otros mamíferos, los genes relacionados con su producción. En un trabajo interdisciplinario con la antropología, también se ha estudiado diversos especímenes humanoides para identificar, con base en el tamaño de sus cráneos y las características de sus aparatos respiratorio y digestivo, si es posible que hayan pronunciado palabras.
Asimismo, el monitoreo neurológico de Carreiras en 2005 ha confirmado que, en efecto, las áreas que activa el silbido en el cerebro de los silbadores son las mismas que las que activa el lenguaje hablado, tanto en la producción como en la decodificación de mensajes.
Finalmente las redes sociales y las plataformas digitales permiten a los lingüistas, etnógrafos y antropólogos disponer de videos, grabaciones y testimonios de los silbadores, de manera fidedigna y en periodos cortos; esto hace al estudio mucho más sencillo de lo que era en 1952. Sin embargo, la amenaza de extinción para estos lenguajes no reconocidos por los gobiernos, es grave, y a menos que se imite el modelo de Las Canarias inevitablemente acabará por extinguirlos.

Trabajos citados

Asociación de investigadores. (2006). Obtenido de El mundo silba: http://www.lemondesiffle.free.fr/projet/science/biblio.htm
Boeree, G. (2003). The origins of language. Recuperado el febrero de 2014, de Shippensburg University: http://webspace.ship.edu/cgboer/langorigins.html
Carreiras, M. (2005). Linguistic perception: neural processing of a whistled language. Nature, 31, 32.
Cowan, G. (1948). Mazateco whistle speech. Language, 280-286. Recuperado el febrero de 2014
Hasler, J. (julio-septiembre de 1960). Biblioteca virtual UV. Recuperado el febrero de 2014, de Repositorio institucional: http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/3107/1/196015P23.pdf
Razón, R. L. (30 de enero de 2010). Mazatecos usan lenguaje de silbidos. Obtenido de La razón: http://razon.com.mx/spip.php?article22414
Universal, T. N. (17 de abril de 2006). Descubren la forma cómo evolucionó el lenguaje. Obtenido de El Universal: http://www.eluniversal.com.mx/cultura/48509.html




[1] La Wikipedia define el lenguaje como es un sistema de comunicación estructurado para el que existe un contexto de uso y ciertos principios combinatorios formales (por ello entran en él la señalética, la clave morse, el lenguaje de programación); por otro lado, la lengua es un sistema se signos especializados (lingüísticos) que permite a los miembros de una comunidad (hablantes) comunicarse e identificarse como miembros de dicha comunidad. 

Carta de motivos muy larga

Carta de motivos para ingresar a la maestría en Lingüística Aplicada en la UNAM

Cuando nos graduamos de la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas hicimos una misa de acción de gracias. El grupo completo era de unas 35 personas, pero los católicos practicantes no pasábamos de 10. Había poca gente en la iglesia; yo estaba muy conmovida, pues me habría gustado que mi madre asistiera, pero ella había muerto al empezar yo la escuela. De repente, me sacó de mis tristes reflexiones una pregunta que lanzó el sacerdote a quemarropa: “¿cuál es el objetivo de su carrera?”
Se hizo un silencio; me limpié las lágrimas y los mocos y traté de hilar alguna idea, de decir algo, pero se me enredaban las palabras. Recuerdo que mis compañeros tampoco hacían más que mirarse unos a otros un poco avergonzados, sonriendo tímidamente… quizá si nos hubieran pedido una redacción… Eso sin duda, habría sido más apropiado. Por fin consiguió hablar mi amiga Laura que dijo: “formar buenos lectores”. Mi primo, que estaba una o dos filas atrás de nosotros, los graduados, preguntó conteniendo apenas la risa: “¿y para eso estudian tanto?”. Yo me indigné en silencio y le lancé una mirada asesina, pero no podía hacer más.
Después el padre continuó diciendo que fuera lo que fuera que estábamos destinados a ser y a hacer, siempre debíamos poner nuestro conocimiento al servicio de Dios y de nuestros hermanos. Sus palabras se quedaron resonando en mi mente. La última vez que me había confrontado a las preguntas de por qué quería estudiar Lengua y literatura, para qué demonios servía eso y cómo iba a usarlo para ganarme la vida, había sido en la etapa previa a ingresar a la universidad. Me había tenido que defender de algunas personas que no entendían que yo quisiera estudiar algo a lo que me movía el amor por el conocimiento y no las aspiraciones económicas, y que en su incomprensión, me atacaban, o por lo menos yo lo sentía así; aunque debo decir en defensa de mis detractores, que en esos tiernos años muchas cosas me hacían sentirme atacada.
Ahora me lo preguntaba alguien en una situación enteramente distinta: por una parte, no lo hacía con tono de reproche o de burla, sino de buena voluntad; por otra, no estaba empezando sino acabando la escuela. Ya se habían disipado todas las nubes en que llevaba envuelta la cabeza al principio, y se suponía que habían dado paso a una certidumbre, pero ¿de qué? Creo que no me lo había planteado hasta entonces. ¿Cuál era el saldo entre expectativas y resultados? ¿Qué había ganado tras esos cuatro años de estudio? ¿La carrera servía para formar buenos lectores y qué más?
En fin, la retrospectiva era bastante nebulosa; lo que sí tenía claro era lo que estaba por venir: me iba a comer el mundo. Iba a renunciar a un trabajo que no me gustaba mucho pero que me había salvado de ser una “estudi-hambre”, vendería mi casa -la que me dejó mi mamá-, haría maletas y me iría a Cali a matricularme en la maestría del Instituto Caro y Cuervo. Me convertiría en una brillante investigadora, viajaría por todo el mundo, intercambiando puntos de vista, hipótesis y metodologías para estudiar fenómenos lingüísticos desconocidos; me moría de ganas por andar como Sapir metida en tierras exóticas, buscando la esencia del lenguaje; aspiraba a alcanzar la lucidez de Chomsky para trabajar en inteligencia artificial usando modelos generativos. Quería escribir mi propia gramática metafísica con categorías universales… Consideraba que quizá en la vejez, daría clases para aprovechar mi desbordante cúmulo de conocimientos.
De todo aquello lo único que pasó fue que renuncié a mi trabajo: algunas situaciones extremas se interpusieron en el resto de la ejecución del plan napoleónico. Digamos que obtuve mi título y mi cédula profesional y volví a casa. Luego nacieron mis hijos: me hicieron infinitamente feliz, pusieron mi mundo de cabeza, echaron abajo todo lo que creía tener por cierto. Sin embargo, me aferraba a los sueños de grandeza y no podía evitar sentirme frustrada en el aspecto profesional.
Después surgió la oportunidad de un trabajo más o menos cómodo en el periódico local: me permitía estar con los niños todo el día hasta las cuatro de la tarde y luego regresar a casa para acostarlos a las 10. Durante un año aproveché el tiempo que el camión se hacía al diario para mirar los sueños del pasado como a través de una vitrina, pero estaba contenta. Hacía algo en lo que era más o menos buena (editar), leía, escribía, tenía amigos, me pagaban. Luego vino un proyecto más grande: me invitaron a ser jefa de editores en un periódico nuevo. Lo tomé. En los siguientes seis meses hubo drama, romance, comedia y terror en fuertes dosis; las jornadas eran extenuantes. Finalmente terminaron con un gran aprendizaje y mi separación del proyecto. Volví a la casa.
Había crecido en un ambiente de madres trabajadoras, simplemente no concebía el hecho de quedarme a cuidar a los hijos. Era una perdedora, no había más qué decir. Todos habían tenido razón, no debí estudiar esa carrera, no debí de haberme ido a Xalapa; además me iba fatal como mamá y como ama de casa, no sabía ni por dónde empezar.
Bien, ésta es la parte de la historia donde se esperaría que sucediera algo decisivo que cambiara el rumbo gimoteante de la redacción. En realidad no hay tal cúspide narrativa. No sé bien cómo ocurrió que salí de ese laberinto de autocompasión. Sé que ayudó el alimentarme de la sonrisa de mis hijos todos los días: verlos crecer sanos y cada vez más fuertes, listos, independientes. Sé que ayudó mucho el que mi esposo me motivara a volver a hacer lo que me gustaba: pintar, leer, escribir. Finalmente otra pieza clave fue que empecé a dar clases en la UV de Lectura y Redacción.
Descubrí que sí podía poner lo que sabía al servicio de Dios (digo esto y asumo el riesgo de poner a sonar en la mente del lector las alarmas de fanática religiosa: iu, iu, iu, iuuuuuuuuuuuuu). No porque me considere un apóstol del idioma, ni una redentora ortográfica, sino porque considero que ser maestro brinda la oportunidad de adquirir humildad y de hacer algo bueno por otros. Es lo congruente después de haber estudiado lengua y literatura por amor al conocimiento.
Por supuesto, la senda es estrecha y está llena de baches: tampoco es que enseñar lectura y redacción sea sencillo. En primer lugar está la paradoja que entraña aplicar lo que aprendió uno en los cursos de educación superior, es decir, a ser empático con los estudiantes, a tratarlos como iguales, a darles su espacio... ¿Cierto…? ¡Falso! Uno llega al salón y descubre que lo que debió aprender fue técnicas para evitar que lo devoren. (Recuerdo que cuando pedí auxilio desde la jaula de los leones, lo que obtuve fue una frase que me sonó tan enigmática como un precepto taoísta: “tienes que hacerte un personaje”. “¡¿Qué?!” Al principio no lo entendí muy bien, pero ahora ya, después de varias tarascadas lo voy captando. Tiene que ver con no comprometerse emocionalmente, o al menos, con no hacerlo a lo bruto).
En segundo lugar, está lo complicado de captar la atención de los nativos digitales; encontrar referentes que sean significativos para ellos y transmitirles la importancia de actuar con conciencia lingüística. Uno se tiene que parar de cabeza y reírse y hacerlos reír. Hay un equilibrio delicado entre diseñar clases dinámicas y montar un circo, pero alcanzarlo toma mucho tiempo y se requiere fuerza de voluntad.
Enseñar pues, no se me da fácil. Continuamente quedo lejos de alcanzar los objetivos más básicos del curso; tampoco me pagan lo que solían pagarme en el periódico, pero estoy convencida de que trabajo por un fin mucho más noble.
Quiero seguirme preparando para ello. Yo creo en el producto que vendo: sé que el lenguaje y el idioma son armas delicadas y efectivas; sabiéndolas manejar, uno tiene mucho a su favor en todos los ámbitos y puede lograr lo que se proponga: desde tener relaciones sentimentales armónicas (se sorprendería el lector de la cantidad de gente interesada en este único aspecto), hasta obtener el trabajo ideal, llevarse bien con sus compañeros y familiares, mantenerse joven reinventándose diariamente. Suena como anuncio de psíquica estafadora, ¡pero así es!
He aquí varias cuartillas después de iniciado el viaje epistolar que sitúo mi petición. Hoy mis hijos tienen 6 y 7 años; cumplo pronto 8 de casada y soy muy feliz. Me siento plena: ya no añoro mis proyectos de conquistar el mundo, sin embargo sigo amando el conocimiento y sigo siendo una apasionada del estudio del lenguaje.
Quiero ingresar a la maestría en lingüística aplicada porque considero que la mejor forma de contribuir a la sociedad, es enseñando lo verdaderamente esencial que es la comunicación, la empatía con el que recibe el mensaje, el silencio interior, la claridad de pensamiento, el valor de las palabras. Creo que el lenguaje es una prueba fehaciente de que Dios existe (¿de nuevo suena la alarma?) y que está dentro de nosotros. Creo que su estudio científico es mi forma de servirle, por paradójico que suene. No pretendo que esto sea válido para nadie más. Sólo quiero seguir en este camino, andarlo y asombrarme.
Quizá mi visión sea anacrónica pero me sigue pareciendo que las fronteras pensamiento-lenguaje-realidad son muy borrosas, y que si el mundo en el que vivimos lo hemos edificado sobre conceptos, el lenguaje es la mejor herramienta para cambiar lo que no está funcionando en él. Sé, porque lo he aprendido duramente, que una situación lingüística no manejada adecuadamente puede desencadenar un despido laboral, la ruptura de una familia, el suicidio de un joven o toda una vida de amargura… Pensar en que a través del taller se puede guiar a los estudiantes en una pequeña parte del camino, mostrarles algunas trampas, atajos y rutas seguras de su lengua madre, me da tranquilidad y esperanza. Dicho esto… admítanme en la maestría o ardan en el fuego eterno. No es cierto. Gracias por leer.



Lourdes Peregrina
Enero, 2014


miércoles, 20 de abril de 2011

Mademoiselle Laura


La cuarta entrega de la serie "Niñas" es mi guapa amiga Laura. Disfruté mucho haciendo su retrato, le puse cuatro colores al fondo hasta que me satisfizo el oscuro; borré la nariz un centenar de veces, la boca sólo dos, pero quedé contenta con el resultado; ojalá mi amiga también.
Gracias por sus comentarios, espero sus fotos si quieren formar parte :)



miércoles, 2 de marzo de 2011