jueves, 8 de noviembre de 2007

El país de las cuatro estaciones. Capítulo II

II

Como era la más pequeña, Luna escogió primero su rumbo. Sus hermanas tenían que encaminarla, pero ella no quería que vieran hacia dónde se iba. Entonces les pidió que se pusieran de espaldas. Ellas hicieron caso, pero de reojo la vigilaban. Luna sacó la semillita que había encontrado. Los reflejos del arcoíris aparecieron al instante en su mano. Cerró los ojos y desapareció.
Ámbar, a quien se le había pasado el llanto y estaba emocionada por estrenar su varita, se apresuró a caminar hacia el rumbo de Volkjabás, a donde nunca había ido antes. Una vez oyó decir a su padre que ahí habitaban los magos más poderosos del país. Sus hermanas la acompañaron hasta la entrada del camino y se despidieron sonrientes.
Cuando se quedaron solas, Celeste y Roble se miraron. Lo mejor era tomarlo como un juego, pero ambas sabían que sus padres se habían ido para siempre y que debían… hacer algo, aunque no estuvieran muy seguras de qué.
-Nos vemos-, dijo Roble. Decidiré el camino desde arriba.
-Está bien, manita. De aquí te veo.
En un minuto, Roble llegó a la punta del árbol más alto. Se llenó los pulmones del aire puro y frío y se lanzó a volar. ¡Por fin podía hacerlo! Celeste vio que iba hacia el norte, pero no supo bien a dónde porque su hermana era de veras rápida.
Por su parte, decidió caminar un poco hacia donde había encontrado su corteza perfumada. Quizá encontrara más y podría llevarle a sus hermanas. No tuvo que avanzar mucho. Apenas lo había pensado, cuando sopló una brisa que le trajo su fragancia. Bañado por los jóvenes rayos del sol, apareció un clarecillo con un árbol en el centro. Sin duda era ésa la fuente del perfume. Se acercó despacio aunque no sin ruido porque había muchas hojas. Ese ruido fue el que despertó al árbol o quizá éste ya estaba despierto desde antes.
-¿Qué haces aquí?, saludó el árbol.
-Vine para saber de dónde venía el perfume.
-Ah sí, soy yo, ¿y tú, quién eres?
-Soy Celeste.
-Hola Celeste, ¿quieres una flor?, tengo muchas aunque ya es otoño.
-En realidad quería tomar un poco de tu corteza para llevarla a mis hermanas.
El árbol se rió primero bajito y luego a carcajadas. Celeste no entendía por qué y frunció el ceño. No le parecía bien que aquel árbol fuera tan maleducado de reírse de ella, a quien acababa de conocer.
-Puedes tomar la corteza que quieras, pero tus hermanas no podrán olerla.
-¿Cómo es eso? Yo pude olerla desde allá, estaba parada ahí y de repente…
-Exacto, de repente me encontraste… porque sólo tú eres capaz de percibir el perfume y aún de verme. Nadie más puede hacerlo,- dijo el árbol, tirando de una ramita seca.
-No te creo, dijo Celeste.
-Bueno, eso no importa. Cuando te vayas te daré lo que quieras, mientras, ¿quieres subir a ver las flores?
Celeste subió unas cuantas ramas y se detuvo un poco agitada. Cuando volvió a mirar hacia abajo, se asustó mucho. Le parecía que estaba sobre un árbol mucho más alto y que había escalado mucho más. Además… ¡se había vuelto de noche! Las flores alumbraban como estrellas y a sus pies se extendía un paisaje que no había visto jamás en ninguna de las cuatro estaciones de su país. Del miedo pasó al asombro, mientras contemplaba los brillos de colores que parpadeaban sobre un fondo negro. Se movían en diferentes direcciones y algunos parecía que bailaban. Estaba hipnotizada, incapaz de seguir subiendo o de bajarse, hasta que de nuevo oyó la voz del árbol.
-Así que esto es lo que debía mostrarte. Vaya, es hermoso.
-¿Cómo? ¿Tú no habías visto antes…?- preguntó señalando hacia abajo. -Eso… sea lo que sea…
-No, tampoco. Tenía que esperarte para verlo juntos.
-Me asusta. No sé qué es. Jamás había visto nada igual.
-No te preocupes. Es tal como se ve.

Mientras tanto, Roble se había detenido a descansar en donde se juntaban las copas de varios árboles, bajo el cielo nublado. Se tendió de espaldas, apoyando su cabeza sobre los brazos y sonrió satisfecha de su primera sesión de vuelo autodidacta. Desde lo alto había visto muchas cosas desconocidas. Se había detenido para observar algunas; otras, las había dejado pasar. Conoció animales insólitos, enormes o pequeñitos. Comió bayas de las que antes no había podido alcanzar.
Unas vocecitas chillonas la sacaron de su introspección. –Ííííííí, ííííí.
-¡Son ustedes! Me asustaron, -exclamó llevándose la mano a uno de sus bolsillos. Ahí había cuatro pajaritos hambrientos. Los había reconocido desde que los vio, mientras volaba. Parecía que se hubieran caído del nido, pero la verdad era que no se veía ningún nido cerca. No estaban lastimados, ni llamaban a su mamá. Parecían esperarla a ella, quien les había dado de comer ya una vez antes. Sacó las bayas restantes de su almuerzo y se las dio.
Mientras los veía comer, se dio cuenta de lo diferentes que eran entre ellos. Bueno, dos eran igualitos, los más pequeños. Tenían ojos enormes y parecían más inquietos que sus hermanos, con las alitas siempre dispuestas en actitud de vuelo: serían unos atletas, igual que ella. Los otros dos tenían una expresión de desconcierto, pero no parecían preocuparse mucho de nada. El más grande era el más alegre y tenía el pico más delicado que los demás, lo que lo hacía parecer el más guapo. La única hembra tenía los ojos color miel, era pequeña y frágil.
Cuando terminaron de comer volvió a ponerlos en su bolsillo para que no se fueran a resfriar y emprendió el vuelo.

En su viaje a Volkjabás, Ámbar había encontrado compañía. Era un mago de lentes que caminaba muy deprisa y parecía pensar igual. Ella lo había abordado porque si conocía la región, podía ayudarla a encontrar algo interesante. Lo bombardeaba de preguntas que él respondía a medias entre fórmulas y operaciones que iba haciendo mentalmente pero que de repente se le salían en voz alta.
-Oye… ¿y por aquí llueve mucho?
-… la yerbabuena oxigenada neutraliza el ácido de tomillo lunar que si… ¿qué?
-Que si por aquí llueve mucho…
-Ah, este, no, sólo por temporadas. Casi siempre hace mucho calor. Entonces a la solución de nitrohinojo le agregamos sal de alcachofa electrizada…
Y después de un rato, Ámbar volvía a la carga de preguntas: -¿Conoces muchos alquimistas?
-¡Ditionito de Centáurea con óxido de coriandro! Lo que obtenemos se sublima y los cristales…
-¿Trabajas con alguno?
-¿Trabajar, trabajo? ¿Qué significa esa palabra?
-Bueno, yo tampoco sé. Se la oí a mi padre. Parece que es algo que uno hace para recibir a cambio otra cosa como comida, alojamiento o una especie de objeto brillante intercambiable por otros objetos.
-Ah, entonces no. Soy aprendiz del mago Saponino de Arañuela. Y él, que yo sepa, no recibe a cambio de su ciencia nada de lo que describes, y yo tampoco.
-¿Pero él te enseña lo que sabe?
-Se pone al mechero el aziduro que se vertió junto con el viburno serenado…
-¿Crees que me podría tomar como aprendiz?
El joven se detuvo y se acomodó los lentes. -¿Quién dices que es tu padre?
-Es el mago Melquíades- respondió Ámbar sorprendida de que le prestara un poco de atención, además no recordaba haber mencionado antes a su padre; quizá el mago hubiera encontrado algún parecido.
-¿Melquíades? ¿Del país de las Cuatro estaciones? ¡Vaya, somos grandes admiradores suyos! Te aceptará de inmediato.
-¡Qué bien! ¿Me llevas entonces?
Luna había aparecido en un lugar de extraña belleza. Parecía un edificio abandonado. Las paredes eran de mármol; las puertas y ventanas eran muy altas: todas estaban abiertas y a través pasaba el aire frío que olía a lluvia. Había hojas secas en el piso, pero eran de color rosa. A Luna no le parecía raro porque su mamá tenía un jardín con flores traídas de diferentes regiones y éstas tenían los colores más insólitos. Caminó hacia el centro de la nave principal, donde había una fuente de piedra. En el agua flotaban pétalos frescos. Se mojó los dedos; no era agua sino perfume. Siguió hasta una escalera de caracol. Subió los escalones con algo de trabajo porque sus pies eran muy pequeños.
Los ojos aceituna exploraban las paredes de aquel lugar. Estaban cubiertas de imágenes de personas diferentes a ella y a su familia, que era toda la gente que conocía hasta el momento. Algunas comían, otras festejaban, otras parecían esperar algo, de pie frente a un paisaje. Algunas más con rostros serios, tocaban instrumentos o se miraban al espejo. Le fascinaba la expresión de esas caras desconocidas que parecían estar ahí mismo o querer hablarle. Pasó mucho tiempo viéndolas.
Cuando por fin llegó al final de la escalera, vio una gran cúpula con vitrales, pero como ella no los conocía, pensaba que eran dibujos de los rayos del sol. La luz iluminaba muchas albercas, tantas que Luna no alcanzaba a ver hasta donde llegaban y de los muros pendían enredaderas verdísimas. También había muchas plantas extrañas, que no creía haber visto en el invernadero de su mamá.
Fue entonces que se acordó de su semilla. Con tantas cosas por ver, la había vuelto a meter a su bolsa izquierda y se le había olvidado. La sacó; tal vez debería sembrarla en alguna parte de aquella tierra tan fecunda para que creciera igual de linda que todas esas flores. Iba a buscar un lugar cuando advirtió que al fondo del recinto, entre las enredaderas, había un picaporte. Se dirigió hacia él pero entonces su varita comenzó a sonar: ¡eeenk, eenk, eeenk! Era hora de volver a casa.
En un santiamén, las haditas volvieron a encontrarse en la encrucijada frente al portón. Celeste estaba muy contenta de que rápido se hubieran congregado y no tuviera que ir a buscar a ninguna, como cuando jugaban a las escondidas y alguna se entretenía más de la cuenta. Les había hecho bien la primera jornada de las “trasonsolitas”.
Después de abrazarse, se asombraron unas a otras con los relatos de lo que habían visto, pero pronto todas estuvieron de acuerdo con ir a comer porque tenían mucha hambre.
Prepararon algo de lo que había en la alacena y se sentaron a cenar. Ámbar seguía entusiasmada enumerando las cosas fantásticas que había encontrado en el laboratorio del mago Saponino de Arañuela. Luna la escuchó con atención y luego actuó para ella algunas de las poses y caras que había visto retratadas en las paredes de aquel palacio; a Ámbar le dieron mucha risa y las dos se divirtieron mucho recordando la torpeza con que usaron las varitas por primera vez ¡Ninguna atinaba a apagar la alarma de vuelta a casa!
Roble comía en silencio y miraba a Celeste. Su hermana mayor sonreía pero muy tímidamente; tenía los ojos distintos que siempre y a ratos miraba en torno suyo con tristeza. Era la que menos había contado sobre su aventura. Roble sabía que ella también iba a irse.
Después de levantar la mesa, se fueron a acostar: estaban muy cansadas, pero aún así, una de ellas estaba por emprender otro viaje.
Ámbar y Luna se durmieron enseguida. Las dos roncaban porque habían heredado de su padre los cornetes hipertrofiados, aunque lo hacían muy suavemente. Roble estaba en su cama mirando el techo. Ya había colocado una manta sobre la nueva casita de sus pájaros y éstos se habían acomodado muy bien tras devorar un banquete de trigo y alpiste.
-Buenas noches, manita, -le dijo Celeste luego de arroparla.
-Buenas noches. Que te vaya bien.
A Celeste se le atragantó el “hasta mañana” y volvió para abrazar fuerte a Roble. Estaba muy triste y sin embargo feliz de que su hermana le permitiera despedirse. Roble la tranquilizó: -estaremos bien. Cuídate.
-Las quiero mucho.
-Yo sé, manita. Ya vete, pero no apagues la luz del comedor. A estos pájaros les gusta la luz prendida aunque sea de noche, no sé por qué.
Roble escuchó apagarse los pasos de su hermana, que todavía pasó al cuarto de su mamá por un abrigo. Logró conciliar el sueño antes que entristecerse.

3 comentarios:

Kal-El dijo...

El segundo capítulo es hermoso desde la primera hasta la última letra. Más feliz y ligero aunque el párrafo final casi me arranca una lágrima.

Te amo.
XOXOXO

María de Lourdes Nieto Peña dijo...

Hola hija, hermoso capítulo, estoy igual que en el primero ansiosa de que siga, tus descripciones me encantan, porque la fantasía me llena de ese amor que teníamos las cuatro hermans. Un beso hija
tu tía Lulú

Sirenita dijo...

Que pasó primita!! yo se que el trabajo de madre es muy duro y más ahorita a la edad de Luisito que se mete cualquier cosa a la boca :s pero no nos abandones tanto :( espero con ansias tu próxima publicación, el cuento va quedando más que excelente! eres una grandiosa escritora :D ¡Felicidades!