viernes, 26 de octubre de 2007

El país de las cuatro estaciones

Había una vez en el País de las cuatro estaciones, una casa donde vivían el mago Melquíades, su esposa, el hada Amanecer y sus cuatro pequeñas hijas.
Eran muy felices porque tenían todo lo que podían desear: dulces frutos en el bosque de la primavera, agua fresquísima en las cascadas del verano, mullidas camas de hojas en el valle del otoño y mucha diversión con la nieve de las praderas del invierno.
La familia se levantaba temprano a cumplir los deberes que cada uno tenía asignados. El hada Amanecer les servía en el desayuno hojuelas y leche de unas vacas miniatura que sólo habitaban en ese país. Después de trabajar, a medio día, se reunían para comer y platicaban de sus actividades; de vez en cuando las haditas eran regañadas por alguna travesura. Luego, descansaban un rato, lavaban los platos y salían a jugar.
A la mayor, Celeste, le gustaba juntar flores con la más pequeña, el hada Luna. Roble y Ámbar preferían correr sobre las piedras y cazar mariposas hasta quedar rendidas sobre el pasto.
Con frecuencia las más jóvenes terminaban jugando a las escondidas mientras Celeste las cuidaba para que no se perdieran o escuchando un cuento que ella les contaba repartiéndose para mesarles el cabello a las tres.
Un día estaban arriba de un árbol enorme cortando nueces que pasaban a la canasta de la pequeña Luna. La más hábil para pasar de una rama a otra era Roble. Las otras hermanas se esforzaban por alcanzarla entre risas, pero sabían que si ella se lo proponía, no podrían ni llegarle cerca.
De pronto, el cielo se oscureció. Ámbar notó que era una tormenta delas que venían del rumbo del verano, así que no duraría mucho pero sería intensa. Celeste, que sabía reconocer de lejos el rumor de los relámpagos, las apresuró a volver a casa.
Una vez dentro, a salvo con sus padres, un ventarrón empezó a soplar. El hada Amanecer cerró las cortinas, murmuró algo al mago Melquíades y éste se retiró a la alcoba de ambos; entonces condujo a las haditas a su cuarto para arroparlas. Aunque sonreía, a ellas les pareció que su madre estaba a punto de llorar. Antes de apagar la luz, ella les recordó que debían dormir temprano porque al día siguiente prepararían la fiesta de cumpleaños de Luna. Las haditas fueron buenas y se durmieron pronto.
..
El día amaneció espléndido y las haditas acudieron gustosas al bosque de la Primavera. Se divirtieron mucho buscando frutas para el pastel de Luna e imitando a los pájaros que cantaban cerca de ellas.
Luna descubrió una semillita del color del arcoíris y la guardó en la bolsa de su pantalón nuevo hecho por su mamá. Ámbar recogió unos cristales muy brillantes del fondo de un arroyo. Roble encontró un nido con cuatro pájaros diminutos y depositó trocitos de fruta en sus picos abiertos. Celeste halló una corteza perfumada, que escondió después de frotársela en la muñeca.
Todas se consideraron muy afortunadas. Esa tarde tuvieron una gran fiesta con manjares y vinillo dulce. Luna abrió sus regalos, sopló sus velas y todos la pasaron muy bien hasta que llegó la hora de dormir.
El hada Amanecer habló entonces con el Mago Melquíades: -mañana les diremos.
-Pero, Amanecer, ¿estás segura? Son tan pequeñas… - dijo Melquíades mirando los escalones que la más pequeña acababa de subir, arrastrando su camisón.
-Sé bien la edad que tienen, -respondió ella-, pero nada podemos hacer porque el tiempo ha llegado.
Aunque hablaba con firmeza, su voz era dulce, igual que su mirada.
-Está bien –consintió él-, mañana les daremos sus varitas y luego… bueno, luego será como habíamos dicho.
Se abrazaron y lloraron mientras se prometían no olvidarse nunca. Esto último, lo oyó el hada Celeste, quien apenas pudo dormir con la duda de qué significaría aquello.
Después de limpiar la casa, bañarse, vestirse y perfumarse como les había encargado su mamá (Celeste usó la corteza que había encontrado en el bosque sin mostrársela a nadie), las haditas se sentaron en la sala muy atentas. Sus padres llegaron poco después con los rostros más fríos que ellas habían visto.
Habló primero el mago Melquíades.
-Hijas –dijo forzándose a mantenerse sereno-, hoy les daremos sus varitas y les explicaremos los poderes que les han sido concedidos.
Las haditas no se contuvieron y se pusieron a dar brincos de alegría. Si de por sí eran felices, ahora lo serían mucho más. Celeste podría usar su varita para encontrar siempre a sus hermanas. Roble volaría en lugar de correr para llegar a donde quisiera. Ámbar hechizaría sus instrumentos de limpieza para que trabajaran solos. Luna ya no tendría que esperar a que su semilla brotara sino que con un toque de su varita haría aparecer una flor.
Festejaron hasta que se dieron cuenta de que sus padres no reían.
Amanecer intervino: -es una gran responsabilidad, niñas, los dones implican deberes. Ustedes en agradecimiento a lo que reciben, deben usarlo para hacer el bien y para cuidarse unas a otras.
Las haditas se callaron y volvieron al sillón en que estaban sentadas.
El hada amanecer sacó de una cajita azul una vara de árbol de jazmín. La tomó con dos manos y llamó a Celeste. –Tú, querida-, le dijo-, eres la mayor y te corresponde cuidar a tus hermanas. Tus poderes serán de luz: brillarás sin extinguirte hasta en la más profunda oscuridad. Tu presencia traerá esperanza a quienes la hayan perdido.
-Roble, -dijo entonces el mago Melquíades entregando una varita de árbol de durazno-, has nacido fuerte y fuerte serás hasta el final. Tu deber es mantenerlas juntas a todas. Tus poderes te los da la tierra y con ellos recibes el don de la abundancia. Alegrarás a todos los que te conozcan y llevarás inspiración a los corazones.
-Mi pequeña Ámbar –volvió a decir Amanecer al darle su vara de caoba-, tu don es la generosidad. Siempre compartirás una copa rebosante y nunca rechazarás a quien te pida ayuda. Es el fuego el que te bendice y te concede poder sobre quienes te rodean: úsalo para el bien.
Finalmente, los dos magos se dirigieron a la menor de las niñas: -tú, Lunita, tendrás esta vara de ciprés. Tu don será la inteligencia y el amor te permitirá alcanzar la sabiduría. Tu poder procede del agua y así, será tu deber aliviar a quienes se acerquen confundidos a ti, como los sedientos a la fuente.
Las haditas, ahora convertidas en hadas, se quedaron un rato inmóviles, sosteniendo las varas que emitían un leve resplandor. Miraron a sus padres y éstos, con un movimiento de cabeza, les indicaron que se volvieran a sentar.
-Ahora, -dijo Melquíades, menos capaz de hablar tranquilo-, debemos decirles algo más.
Amanecer comprendió que sería ella quien les diera las noticias.
-Hace mucho tiempo, antes de que ustedes nacieran, antes incluso de que nosotros naciéramos, nos fue asignada una tarea que ahora debemos cumplir. Esta noche y a partir de hoy, todas estarán al cuidado de todas. Ya sea que decidan irse o quedarse, deben permanecer juntas: entiendan lo que les digo.
Las cuatro hadas no creían lo que estaban escuchando ni se atrevían a hablar.
Por fin, Ámbar decidió preguntar: -Pero, ¿a dónde van?, ¿por cuánto tiempo?
Sus padres le respondieron que del lugar al que iban, no se regresaba jamás.
Celeste y Roble se miraron en silencio.
-¿Realmente van a abandonarnos?, exclamó Lunita corriendo a los brazos de su padre.
A Melquíades le seguía costando trabajo mantener la ecuanimidad de Amanecer.
-Sé que es difícil, pequeña, pero es lo que está dispuesto-. Ella se acurrucó bajo su capa de mago. –Vengan-, llamó a sus hijas mayores y todos se unieron en un gran abrazo. Permanecieron así, hasta que las cuatro hijas se durmieron profundamente.
La mañana siguiente, al despertar, se miraron unas a otras sin encontrar a Ámbar. Celeste subió corriendo la escalera, deseando que la noche anterior hubiera sido sólo un sueño. Llegó a la habitación de sus padres y encontró a la pequeña con los ojos esmeralda desbordando lágrimas. –No están aquí, realmente se han ido. Celeste la abrazó. Ella sufría también, pero no quería asustar a su hermanita. En cambio, le propuso un juego: -No, manita, no llores, ya verás que cuando regresemos, nos van a estar esperando.
-¿Regresemos? Pues, ¿a dónde vamos a ir?, preguntó Ámbar secándose la cara con el dorso de la mano.
-¿Cómo, tontita, no sabes? Tenemos planeada una excursión, la mejor de todas.
-¿En serio?
-¡Sí! Vamos a ir las cuatro y será genial.
-Pero, ¿quién ordeñará las vacas miniatura y nos hará el desayuno?, gruñó con la nariz congestionada.
-¡Pues nosotras lo haremos! Ya verás que buenas nos quedan las hojuelas, y luego ¡a jugar!
Ámbar se consoló y aceptó bajar las escaleras hasta el cuarto donde las esperaban Roble y Lunita, la primera ya levantada, doblando sus sábanas, la segunda, rascándose la cabeza con los piecitos colgados por el borde.
-¿Están listas?
Sólo Roble respondió que sí porque siempre estaba lista para lo que fuera. Luna extendió los brazos para que su hermana mayor la ayudara a bajarse de la cama con pedestal que su papá le había construido y que siempre le había quedado demasiado alta. Luego de bañarse, las cuatro se reunieron en el comedorcito.
Prepararon un desayuno que quedó a gusto de todas excepto de las vacas, a quienes no les gustaron los apretones de más. Se limpiaron con sus servilletas y pusieron atención a Celeste, que en ese momento se aclaraba la garganta para hablar.
-Hermanitas, ha llegado la hora de jugar a… a… ¡a las trasonsolitas! –improvisó al fin, acostumbrada a inventar historias y juegos para sus hermanas. -Ya sé que nunca hemos jugado, pero por eso será mejor. Fíjense, nos vamos a repartir para ir cada una en un rumbo y al final de la tarde, sin importar lo lejos que hayamos llegado, nos encontraremos de nuevo en casa. ¡Podremos estrenar las varitas!
-¿Cómo sabremos para qué usarlas?, preguntó Luna arrugando el entrecejo.
-Ellas nos lo dirán, -le respondió Roble mientras hacía un guiño a Celeste-, ¿verdad?
-¿Y si nos perdemos?-, se preocupó Ámbar.
-Nadie se va a perder, niña, es sólo un juego. ¡Como siempre! Nada más que ahora somos las trasonsolitas.
Las cuatro se pusieron sus capas, tomaron sus varitas y salieron. Al llegar al sitio donde se iban a separar, Celeste tomó aire. No le resultaba nada fácil dejar ir a sus hermanitas solas por ahí. –Está bien niñas, las reglas son: cuidarse mucho y estar de vuelta temprano. Fuera de eso, ¡diviértanse con las varitas!

6 comentarios:

Sirenita dijo...

Hola manita :)
Antes que nada, muchas gracias por compartir tu blog, escribes muy bonito.
Me gusta mucho como va quedando el cuento, para ser sincera, muchas veces me costaba trabajo entenderle a tus escritos :$ pero este, yo creo que por ser para niños, si le entendí :P jejeje Estaré esperando tu siguiente publicación...
Un abrazo y un beso.

Vostunita dijo...

Todo un gusto leerte, saludos desde Xalapa, sol

Kal-El dijo...

En cada oración que camino, me es difícil proseguir pues cuesta controlar la lluvia que amenaza con caer.
Por fin termino el recorrido, y me duele el corazón por el esfuerzo realizado, ignoro cuánto tiempo durará este nudo en la garganta.
Te amo, es de todos el cuento más hermoso que haya leído jamás.
Sigue escribiendo, y no te detengas nunca...
XOXOXO

María de Lourdes Nieto Peña dijo...

Hola hija!!
Es un hermoso cuento, me llevó de nuevo al mundo de ilusión que dejé hace años, y que en realidad no solo es para niños, sino para todos aquellos que les guste soñar y sum,ergirse en este maravilloso mundo. Espero con ansia la siguiente parte. Un beso hija

Lourdes Nieto

Unknown dijo...

Muy bella historia. Magníficos personajes. Sigue escribiendo, esperamos la siguiente parte. Besos

Unknown dijo...

Hola, hola...

De verdad que se parecen eh...

Las dos muy lindas.

Saludossss a tu familia...